¡Oh Jesús,
Único consuelo en las horas eternas del dolor,
Único consuelo sostén en el vacío inmenso,
Que la muerte causa la MUERTE!,
Ya sea de un ser querido o un amigo,
Tú, Señor, a quién los cielos,
La tierra y los hombres vieron llorar en días tristísimos;
Tú, Señor, que has llorado,
A impulsos del más tierno de los cariños,
Sobre el sepulcro de un amigo predilecto;
Tú, ¡oh Jesús! que te compadeciste del luto,
De un hogar deshecho,
Y de corazones que en él gemían sin consuelo;
Tú, Padre amantísimo,
Compadécete también de nuestras lágrimas.
Míralas, Señor, cómo sangre del alma dolorida,
Por la pérdida de aquel que fue deudo queridísimo,
Amigo fiel, cristiano fervoroso.